Testimonio personal sobre: “Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores” (Isaías 53.4).

Este pasaje fue uno de los que empecé a clamar cuando se inició la aflicción en mi tratamiento de la enfermedad que estoy pasando, cuando me enteré, cuando estas  más o menos fueron las palabras de la enfermera de turno:

“Reyes tu tratamiento durará un año y medio, no importa cuan largo te parece, lo importante que si tiene cura. Consiste en que tendrás que venir todos los días al hospital a tomar tus medicinas, y te pondrán tus inyecciones, de Lunes a sábado, me dijo luego esta es una enfermedad que hay mucho prejuicio, la mayoría son rechazados por que dicen que es la enfermedad de los pobres, de los menesterosos, de los que no tienen para comer”.

Hasta allí todo me sonaba a abandono, a que Dios había fallado, me preguntaba dónde están sus promesas que dice que Dios no libra de todo mal, sentía como entrar a un gran cautiverio, donde nos prohibían trabajar por que podríamos contagiar, donde con ese horario de lunes a sábado, ya no podría viajar por negocios o trabajo fuera de Lima, me tenía que aislar o entrar en cuarentena en mi dormitorio por tiempo ilimitado, prohibido acercarme a mis familiares a menos de 3 metros, ya no podría ni siquiera tocar a mi madre, con la cual siempre acostumbraba a  pasearla del brazo todas las tardes por la avenida.

Luego el tratamiento es súper duro, pues cada mañana ingerimos cerca de 10 pastillas de antibióticos en forma conjunta,  y luego nos ponen inyecciones dolorosas, luego de esa dosis terminamos bastante atontados, con mareos, sin poder quitarnos la mascarilla, y nos advirtieron que había un par de esas pastillas que nos alterarían las emociones, tales como entristecernos, ponernos ansiosos o deprimirnos.  El solo pensar de lo peligroso que sería si contagiáramos a alguno de nuestros seres queridos, sería algo muy terrible, pues no deseábamos que aquello que estábamos pasando le sucediera ni nuestro a peor enemigo. Nos ordenaron que se sometan a exámenes a todos nuestros familiares de casa, para evaluar si hay otro contagiado, esa noche fue aterradora y de clamor pidiendo a Dios que ninguno hay sido ya contagiado por mi culpa. Dios fue misericordioso, pues nadie en casa fue contagiado.

Mi hermano menor me decía aterrado, que no me acerque a mi madre ni a ellos, pues ese tratamiento que yo estaba pasando ellos no podrían soportarlo, pues todos los días me veían regresar del hospital mareado, y cojeando por las inyecciones.  

Pensando en el largo tiempo que tendría que soportar esa aflicción y con el constante peligro de contagiar a mis seres queridos, pensaba quitarme la vida o pedía a Dios que ya no me haga sufrir tanto, y mejor sería que me lleve de esta vida terrenal.

A los 15 días de iniciado el tratamiento ya no me podía ni sentar, por el dolor de mis nalgas por las inyecciones,  solo soportaba estar echado, lo cual también me aterraba, pues decía recién llevo 15 días y ya no puedo soportar, no podrá soportar el año y medio de tratamiento, así que clamaba todas las noches y madrugadas  “Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores”, hasta que terminado el 1er mes empezó a disminuir cada vez más los dolores de mis nalgas, ahora el segundo mes empecé a sentir mareos intensos, nuevamente estoy clamando a Dios que me sane completamente y que se lleve todo mal que me aqueja a la cruz, y me restaure completamente. Recordando su palabra:

“Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Nosotros lo tuvimos por azotado, como herido por Dios y afligido. Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados” (Isaías 53.4-5).

Fin.

Deja aqui tus pedidos para que oremos por ti, clic aqui:

https://wa.me/+51999657682

Deja un comentario